En Honor a tí
Hace unas semanas, la muerte tocó de cerca mi entorno familiar y no es fácil enfrentar que el ser querido ya no estará contigo. Ella no vivía conmigo, pero vivió para todos siempre, tanto que hasta su propia salud descuidó y, digamos que el cuerpo habla también y el de ella supo aguantar más que ninguna otra como toda una guerrera. Su sonrisa y carácter eran su mejor carta de presentación.
Mi tía era mi compinche, podía contarle todo, y hasta con lisuras. Ella era de esas mujeres que se adaptaron a los “nuevos tiempos” y sin juzgar escuchaba atenta de mis aciertos y desventuras. Sus palabras no eran dulces, pero sí reales, tanto que desencadenaban carcajadas y hasta lágrimas al mismo tiempo. Fuerte como un roble y amorosa como ella y yo sabemos. Haber visto la complicidad que tuviste con mi hijo probablemente ha sido la mayor satisfacción que me dejaste y ver como desde bebé te sonreía y aprendió de inmediato a decir: “Tía mayia”, con su voz de bebé.
Hace mucho que no vivía un proceso de duelo como este, una pérdida de alguien tan cercano a mí y que hasta hace poco reía conmigo, jugaba y hasta renegaba de la manera en que sólo las personas que la conocieron entienden.
Su muerte me deja varias enseñanzas, entre ellas que el tiempo compartido vale más que cualquier bien material. La vida está llena de momentos, de esos que te llenan de satisfacción y te dan la mejor de las sensaciones: la de ser amado. Y es que Dios me permitió haber tenido una tía muy cercana (hermana de mi mamá) que me vio crecer, me alimentó, me cuidó, me regañó, lloró conmigo y también me gritó que no llorara cuando sentía que me iba a romper de dolor, que me abrazó en mis momentos más felices y más tristes, que aparecía con sólo un llamado y ayudaba dando lo que mejor tiene: su temple y su fortaleza. Ella de pronto no está, la muerte la alcanzó y cuando eso pasa sabes que no hay marcha atrás.
En mis llantos y tristeza, rescato el valor más grande que me dejas: el amor incondicional. Ese amor sincero, derrochador de intensidad que conocemos las madres.
Y es que realmente con tu partida reafirmo que las tías como tú son regalitos de Dios que nos ayudan a tener un mejor lugar donde estar, y que le dan a esta vida más de eso que nos falta: AMOR.
Aun cuando escribo esto, creo que podré levantar el teléfono y estarás ahí diciéndome: “¿qué pasó, hijita?” Entender que no estás es el proceso más difícil, sin embargo quiero creer que los que te amaron como tú a los tuyos, nunca se van, nunca se olvidan, y están en nuestros corazones, en cada latido y en cada sentir.
Hasta siempre tía bella.